Cuando nos casamos (¡hace medio siglo!) nuestros planes de futuro eran muy sencillos y normales: casarnos, tener hijos y.… vivir felices y contentos.
Pero casi inmediatamente las cosas se dieron diversamente. Nuestro deseo de tener hijos se vio inmediatamente colmado e inmediatamente defraudado: dos embarazos tubáricos que decretaron el fin de toda posible maternidad. Por mi parte, Eliana, desesperación, depresión, pérdida del sentido de la vida.
No teníamos una gran relación con Dios, éramos creyentes ingenuos. En ese momento gritamos a Dios: ‘si estás ahí, da un golpe’. Y Él golpeó, fuerte, potente, imprevisible e imprevisto: se dio a conocer. Este encuentro cambió totalmente el curso de nuestras vidas, con el efecto inmediato de la desaparición de la depresión y una experiencia abrumadora y eufórica de alegría.
Este fue el primer cambio radical, la madre de los cambios posteriores, un cambio que nunca habríamos imaginado y en el que la iniciativa fue de Dios.
A partir de ese momento intentamos, con la poca capacidad que teníamos, de colocarnos a la escucha. Queríamos «obedecer» a Dios, comprender su «proyecto» para nosotros, hacer «su voluntad». Y poco a poco parecíamos entenderlo: queríamos compartir nuestra experiencia con otras personas, vivir nuestra fe siguiendo el modelo de lo que estábamos descubriendo en los Hechos de los Apóstoles.
De ahí el consiguiente nacimiento de una realidad comunitaria, para intentar poner en práctica el Evangelio y optar decididamente por los pobres. Luego, la elección absolutamente inusual de compartir nuestra vida con un sacerdote: Padre Doménico Pincelli. Y a partir de aquí, una cascada de «pensamientos» y cambios consiguientes: el esfuerzo de pasar de una experiencia comunitaria espontánea a una estructura, pensar y redactar los estatutos, proteger el flujo de dinero a favor de los pobres y crear una asociación de solidaridad, salvaguardar el carisma y adaptarse continuamente a los tiempos, el nacimiento de nuevas comunidades en Italia y en el extranjero, la laboriosa transición de una organización sencilla a una compleja, discernir lo esencial de lo accidental, construir una sede/centro operativo, arraigarse en el pasado e inclinarse hacia el futuro.
¿Aburrimiento y rutina? ¡No, gracias!
Finalmente, cuando nuestros compromisos de gobierno llegaban a su fin y pensábamos jubilarnos, llegó otra novedad: el traslado a Roma para esta aventura con Charis, el organismo querido por el Papa Francisco al servicio de la corriente de gracia de la Renovación Carismática Católica. Y se cumplió lo que decía el Padre Doménico: ¡con el Señor nunca te vas en pensión!
¡Shemá Israel! Escuchar para cambiar: «Señor, dame un corazón que sepa escuchar»… y colocar en práctica lo escuchado. En esta gimnasia continua, Dios te lleva a mirar más allá de lo que piensas, más allá de lo obvio y de lo que se da por supuesto, más allá de tus límites. «Sal de tu tierra y vete…».
El cambio siempre da miedo. Nos resistimos a lo nuevo, a lo desconocido, a lo que no nos resulta familiar. El vino viejo es mejor. Y aquí necesitamos a Dios, confiar y apoyarnos en Él, Él que no dejará que nos ahoguemos cuando pongamos los pies en el agua.
Más allá del cansancio normal, ¡esta aventura sin final con Dios es sencillamente fascinante! Fascinante y portadora de novedades continuas y cambios en la vida, excelente gimnasia para que las neuronas no se oxiden. ¿Y si fuera el elixir de la eterna juventud?
Eliana e Paolo Maino, fundadores de la Asociación Via Pacis