En esta era de ruido generalizado, de voces que vienen de todas partes, hay momentos en los que te das cuenta de que quieres silencio. Es como una voz que con urgencia lo reclama desde lo más profundo de nosotros mismos. Luego, cuando ocurren momentos inesperados, todo está en silencio; no es raro experimentar una sensación de miedo, angustia, inquietud, pérdida. Entonces preferimos refugiarnos en un ruido aún más fuerte, que sea capaz de darnos esa sensación de aturdimiento a la que estamos acostumbrados. Tengo la impresión que para saborear este «plato delicado» del silencio, que nuestro paladar reconoce con dificultad, se pase por un tiempo intermedio, en el que uno tiene la impresión de ser atacado por todos los pensamientos negativos de este mundo, de todas las preocupaciones, de todas las posibles distracciones. Sin embargo, una vez que entras en esta dimensión, el silencio se vuelve hospitalario: se da espacio para los demás, para todas las personas que nutren nuestra vida, se hace espacio para la creación, se hace espacio para Dios.
Entonces el silencio deja de ser silencioso y se convierte en voz. Finalmente podemos escuchar lo que nos dice la vida de los demás, comenzando por aquellos que nos aman. Incluso el sol o la lluvia, los árboles y los prados con toda la sobreabundancia de la vida nos hablan y nos instruyen. El silencio se convierte en maestro de la verdad, revela la calidad de nuestro corazón, enseña paciencia y prudencia hacia uno mismo y hacia los demás.
Es del silencio que nacen los proyectos de futuro, porque finalmente se ha dado espacio a los sueños.
Paolo Maino