El silencio es la experiencia que nos pone ante nosotros mismos.
No podemos vivir sólo porque algo fuera de nosotros hace que nuestra existencia sea interesante; debemos vivir primero por lo que encontramos dentro de nosotros.
El silencio nos pone frente a la riqueza de nuestros pensamientos, nuestros sentimientos; nos hace cumplir con nuestras responsabilidades y nuestros sueños; nos hace sentir nuestra aridez y nuestros límites. Nos hace conocer a las personas que nos son queridas; nos hace experimentar nuestro vínculo con el Señor y la Palabra con la que nos conduce misteriosamente, nos llama, nos consuela…
No es fácil pasar del ruido y las muchas palabras de nuestros días a momentos de silencio, pero sólo en el silencio aprendemos a conocernos y a escuchar la vida.