«Estén atentos para que sus corazones no se agobien […].
Estén atentos orando en todo momento» (vv. 34, 36).
Necesitamos estar atentos para no arrastrar nuestros días a la costumbre, para no ser agobiados —dice Jesús— por las cargas de la vida (cf. v. 34).
Hoy, pues, es una buena oportunidad para preguntarnos: ¿qué pesa en mi corazón? ¿Qué es lo que pesa en mi espíritu? ¿Qué me hace sentarme en el sillón de la pereza? ¿Cuáles son las mediocridades que me paralizan, los vicios, cuáles son los vicios que me aplastan contra el suelo y me impiden levantar la cabeza? Y con respecto a las cargas que pesan sobre los hombros de los hermanos, ¿estoy atento o soy indiferente?
Estas preguntas nos hacen bien, porque ayudan a guardar el corazón de la acedia. La acedia es un gran enemigo de la vida espiritual, también de la vida cristiana. La acedia es esa pereza que nos sume, que nos hace resbalar, en la tristeza, que nos quita la alegría de vivir y las ganas de hacer.
El secreto para ser vigilantes es la oración. Porque Jesús dice: «Estén atentos orando en todo momento» (Lc 21,36). Es la oración la que mantiene encendida la lámpara del corazón. Especialmente cuando sentimos que nuestro entusiasmo se enfría, la oración lo reaviva, porque nos devuelve a Dios, al centro de las cosas. La oración despierta el alma del sueño y la centra en lo que importa, en el propósito de la existencia. Incluso en los días más ajetreados, no descuidemos la oración.
Papa Francisco
Ángelus, Domingo, 28 de noviembre de 2021
Primer domingo de Adviento